lunes, 31 de enero de 2011

Creer o Desconfiar.


Yo no sé si esto me pasa solamente a mí (veré que opinan ustedes, lectores) si me han mentido o defraudado muchas veces o que. El punto es que me cuesta creer en la palabra de los demás.

¿Cuántas veces hemos sido engañados? ¿Cuántas veces nos han mentido? Es que la gente  ¿Ya no tiene palabra?  ¿O no se puede confiar ni en la propia sombra?

A veces me digo a mi misma ¿Seré muy ilusa? ¿O muy boluda? ¿Cómo pude creerle semejante cosa? Y si, sin embargo le creí. Y cuando  RAZONÁS ahí te das cuenta de todo, ahí te cae la ficha, y te querés matar ¿Por qué? Por haber sido taaan boluda.

Por otro lado, si CREES en las palabras que te dicen y…resultan ser ciertas te sentís bien por el otro.  Decís mmm…que bueno en esta persona SI puedo CONFIAR, me lo ha demostrado. ¡Ojo! que te lo haya demostrado una vez, no significa que siempre va a ser así. El otro es humano, se equivoca y comete errores.

Además hay que destacar otra cosa importante; uno no puede exigir a los demás cosas que uno no hace, ni da. Entonces no pretendas confianza ni sinceridad si vos das a cambio falsedad e hipocresía. 

Si no querés que tus palabras me generen duda, demostrame que puedo confiar en ellas. Hacé que te crea. O sino simplemente no abras la boca.

jueves, 27 de enero de 2011

Hay...



Hay momentos que nunca se olvidan

y palabras que nunca se dicen.

Hay personas que siempre están,

hay otras que vienen y van.

Hay cosas que nunca se superan

y otras que no se esperan.

Hay besos que se dan con el alma,

y otros que se dan con la boca.

Hay abrazos que nunca se terminan,

hay personas que nunca se animan.

Hay amores inolvidables,

y hay otros decepcionantes.

Hay amores que siempre esperan,

y otros que nunca llegan.

Hay sonrisas que provocan,

y hay otras que enamoran. 

Hay miradas que insinúan,

y hay otras que simulan.

Hay personas que se arriesgan,

y otras que no se la juegan.

Hay personas que buscan,

 y otras que nunca encuentran.

Hay muchas preguntas,

y pocas respuestas.

Todo eso hay.



martes, 18 de enero de 2011

Lo que muchos esperan...lo que pocos piden...


Perdonar… ¿Por qué  cuesta tanto pedir perdón y perdonar al otro? Que fea esa sensación de angustia que te oprime el pecho, ese dolor cuando alguien nos ofende, nos lastima, nos hiere…

¿Qué es más difícil perdonar o pedir perdón? Porque no es fácil reconocer nuestro error, darnos cuenta de nuestra equivocación, y asumir que el otro tiene la razón. Y tampoco lo es, disculpar al otro por el daño que nos hizo.

Cuando nos ofenden y nos toca perdonar a nosotros, es difícil después  volver a confiar en esa persona, es difícil olvidarse de lo que paso, hacer “borrón y cuenta nueva” como si nada hubiera pasado; porque pasó.

Cuando no logramos entender porque el otro hizo lo que hizo, se nos llena la cabeza de preguntas; para las cuales muchas veces, no encontramos las respuestas. Si no somos capaces de perdonar aparece el rencor, el resentimiento que se instala como una enfermedad y nos llena de odio, de bronca y nos destruye. Es como un veneno que nos corre por las venas. Es alimentar un monstruo que poco a poco crece en nuestro interior hasta que nos devora.

Una cosa es sentirse herido y otra, es querer lastimar al que te hirió,  querer que él también sienta lo mismo que sentimos nosotros. Sentirse herido es humano, querer herir al otro destruye lo humano que hay en nosotros y nos vuelve rencorosos.

Pienso que hay que aprender a perdonar corriendo el riesgo de que nos vuelvan a herir;  y hay que aprender a pedir perdón tratando de no  lastimar de nuevo.

lunes, 10 de enero de 2011

El círculo del 99.


Acá les dejo una fabula que me recomendaron y me encantó. Espero que a ustedes también les guste, es un poco larga pero les aseguro que vale la pena leerla. Lamentablemente no encontré el nombre del autor.

Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente, que como todo sirviente de rey triste, era muy feliz. Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando alegres canciones. Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre.
Un día el rey lo mandó a llamar.
Paje -le dijo- ¿cuál es el secreto?
¿Qué secreto, Majestad?
¿Cuál es el secreto de tu alegría?
No hay ningún secreto, Alteza.
No me mientas, paje. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.
No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.
¿Por qué está siempre alegre y feliz? ¿eh? ¿por qué?
Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿cómo no estar feliz?
Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar -dijo el rey-.. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.
Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando...
Vete, ¡vete antes de que llame al verdugo!
El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación.. El rey estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y ,alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.
¿Por qué él es feliz?
Ah, Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo.
¿Fuera del círculo?
Así es.
¿Y eso es lo que lo hace feliz?
No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
A ver si entiendo, estar en el círculo te hace infeliz
Así es.
¿Y cómo salió?
¡Nunca entró!
¿Qué círculo es ese?
El círculo del 99.
Verdaderamente, no te entiendo nada -dijo el Rey-.
La única manera para que entiendas, sería mostrártelo en los hechos.
¿Cómo?
Haciendo entrar a tu paje en el círculo.
Eso, ¡obliguémoslo a entrar!
No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.
Entonces habrá que engañarlo.
No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solo en el círculo.
¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?
Si, se dará cuenta.
Entonces no entrará.
No lo podrá evitar.
¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?
Tal cual. Majestad, ¿estás dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del círculo?

Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. 99!
¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso?
Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche.
Hasta la noche.
Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía: "Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie como lo encontraste".
Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse. Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban desde detrás de unas matas lo que sucedía. El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados de la puerta y entró a su hogar.
El rey y el sabio se arrimaron a la ventana para ver la escena. El sirviente ingresó presuroso a su hogar y con su brazo arrojó al piso todo lo que había sobre la mesa, dejando sólo la vela. Se sentó y vació el contenido de la bolsa... Sus ojos no podían creer lo que veían. ¡Era una montaña de monedas de oro! El, que nunca había tocado una de estas monedas, tenia hoy una montaña de ellas. El paje las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar a la luz de la vela, las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis.... y mientras sumaba 10, 20, 30, 40, 50, 60....hasta que formó la última pila: ¡9 monedas!
Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa. «No puede ser», pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja.
Me robaron -gritó- ¡me robaron!
Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro "sólo 99". -99 monedas es mucho dinero- pensó. Pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo -pensaba- Cien es un número completo pero noventa y nueve, no.
El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que se asomaban los dientes. El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña. Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien?
Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla. Después quizás no necesitara trabajar más. Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico.
Con cien monedas se puede vivir tranquilo. Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario. «Doce años es mucho tiempo», pensó. Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo. Y él mismo, después de todo, él terminaba su tarea en palacio a las cinco de la tarde, podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello. Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero. ¡Era demasiado tiempo!
Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender... vender... vender...
Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno? ¿Para qué más de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien. El rey y el sabio, volvieron al palacio. El paje había entrado en el círculo del 99...
Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche. Una mañana, el paje entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando de pocas pulgas.
¿Qué te pasa?- preguntó el rey de buen modo.
Nada me pasa, nada me pasa.
Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su Alteza, que fuera su bufón y su juglar también?
No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.

Todos nosotros hemos sido educados en esta estúpida ideología: Siempre nos falta algo para estar completos, y sólo completos se puede gozar de lo que se tiene. Por lo tanto, nos enseñaron, la felicidad deberá esperar a completar lo que falta... Y como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca se puede gozar de la vida.
Pero qué pasaría si la iluminación llegara a nuestras vidas y nos diéramos cuenta, así, de golpe, que nuestras 99 monedas son el cien por ciento del tesoro, que no nos falta nada, que nadie se quedó con lo nuestro, que nada tiene de más redondo cien que noventa y nueve, que todo es sólo una trampa, una zanahoria puesta frente a nosotros para que jalemos del carro, cansados, malhumorados, infelices o resignados. Una trampa para que nunca dejemos de empujar y que todo siga igual... ¿Cuántas cosas cambiarían si pudiéramos disfrutar de nuestros tesoros tal como están?

                                                                                                                                                                                                                                                     Anónimo.

domingo, 2 de enero de 2011

El Poder de la Risa.

¿Existe algo más maravilloso  que la risa? Esa sensación tan placentera que nos inunda el alma, nos ilumina el rostro; y nos hace estar radiantes por un buen rato.

La risa es mágica, hace feliz al que la provoca y al que la experimenta. Tiene el poder de sanar, levantar el ánimo, curar heridas, hacernos olvidar un momento triste, hace bien a la salud y lo mejor de todo es que es gratis!!! 

¡Qué lindo es cuando lloras de tanto reírte o cuando te duelen la panza y los cachetes de tanto hacerlo!

Sería genial si la gente en vez de quejarse y enojarse, se riera más, dibujara en su cara una enorme sonrisa, una carcajada alegre, espontánea, contagiosa…

Cuando una persona se ríe genera felicidad a su alrededor y eso se expande por todos los rincones;  por eso hay que reírse más, porque hace bien al alma, y al corazón.

Para todos aquellos  que me hacen reír, y yo disfruto hacerlos reír a ellos.