No soy mujer acostumbrada a
disfrazar lo que siente y piensa. Me gusta la sinceridad, odio la hipocresía,
la falsedad y la soberbia. Amo el olor a lluvia, los jazmines y los libros. Me
fascinan las risas, las miradas y las palabras. Me molestan las personas que se
victimizan y esperan que todo les venga de arriba. Respirar hondo, cerrar los
ojos, y sentir como el aire entra en mis pulmones me da paz. Creer en las
personas me genera ilusión y esperanza. Llorar, enojarme y que la gente me
decepcione me ayuda a crecer y ser más fuerte. Odio la impuntualidad. Me cuesta
ser paciente y tolerante. Soy exigente conmigo misma y con los demás. No me
importa dar más de lo que recibo. Necesito poder confiar en los que me rodean.
A veces quisiera no pensar tanto las cosas. Me gusta escuchar opiniones y tener
la mía. Me encantan las personas que todo lo que hacen, lo hacen porque lo
sienten de corazón. Amo sentir el perfume de un hombre cuando me abraza. Me
molesta que me den órdenes cuando sé lo que tengo que hacer. Cada vez que me
equivoco, trato de aprender. Me sorprende cuánto me conocen mis amigos, a veces
saben más de mí que yo misma. Me cuesta decir te quiero y no se lo digo a
cualquiera. No tengo pelos en la lengua para hablar cuando algo me enoja. Tengo
carácter fuerte y sangre caliente. Así soy yo…
miércoles, 23 de febrero de 2011
viernes, 18 de febrero de 2011
Cuando las miradas están presentes, las palabras están demás.
Hoy leí una frase de Shakespeare
que dice: “Las palabras están llenas de falsedad o de arte; la mirada es el
lenguaje del corazón.” Y estoy de acuerdo con Shakespeare, porque con solo
mirarse, dos personas ya se están diciendo algo.
La mirada es una conexión muy poderosa; es
capaz de unir, de lastimar, de reconfortar. Transmite el verdadero ser, la
esencia más profunda, el alma de una persona. Son el lenguaje del corazón,
porque expresan lo que no dicen ni mil palabras, ni un gesto, ni un abrazo, ni
nada. Son tan poderosas que traspasan al que las recibe y pueden ser; de amor, de odio, cómplices, insinuantes, soberbias,
provocadoras, inquisidoras, tiernas, pícaras, dulces, compasivas, indiferentes. Y también están, aquellas miradas que te erizan la piel
A veces las palabras no importan, cuando uno
no sabe que decir, lo que no dice con la
boca, lo dice con la mirada. Sin decir
una sola palabra, una mirada nos hace sentir, comprender, imaginar, amar,
odiar, llorar, soñar, reír. Es increíble lo que provocan y cómo nos afectan.
martes, 15 de febrero de 2011
Cuando un perro ama a una mujer.
“Cuando mis ojos se encontraron con los tuyos tan negros, tan dulces,
vulnerables y chiquitos me invadió la ternura. Como no encariñarse con vos, si
a cualquiera le encantaría recibir un
saludo tuyo al llegar a casa cálido, intenso, juguetón. Te
subiste hasta mi cuello y me empezaste a dar besos suaves y melosos, sin
quitarme tu mirada de encima. Después te sentaste, me miraste una vez más y
agachaste la cabeza.”
¿Existe un amor más puro, fiel e
incondicional que el de un perro? Estoy segura que no. Porque aunque estés de
mal humor, contenta, triste, engordes, adelgaces, envejezcas, tengas celulitis
o estrías; el cariño de un animal es incondicional.
En cambio, con las personas no pasa lo mismo,
te mienten, te traicionan, te decepcionan, etc. También te hacen feliz, te
sacan una sonrisa, te levantan el ánimo pero solo A VECES. Un perro SIEMPRE te
da su cariño, te alegra el día, te sonríe (si los perros SONRIEN), te acompañan
cuando tenés miedo, son agradecidos, te traen el diario, te avisan cuando viene
alguien, te despiertan en la mañana, no tenés que esperar a que te llame, que te mande un mensaje de
texto, vos lo llamas y el viene así de simple, fácil y rápido!
Yo, te recomiendo, que tengas un
perro!
viernes, 11 de febrero de 2011
Y si...¿La ponemos en práctica?
Empatía… ¿Qué es? Es una de las
mejores virtudes (y que yo más valoro) que puede tener una persona. Es mi
virtud favorita.
Estuve buscando y encontré varias
definiciones acerca de la empatía. Según la Real Academia Española, se define
como: la identificación mental y
afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro. Esa fue la que
más me gustó, simple y concreta. Aunque todas eran parecidas.
Es ponerse en el lugar del otro, sentir como
siente el otro (o al menos tratar de hacerlo) es comprender lo que le pasa y
entender por qué actúa de esa manera. ¡Y a veces nos cuesta tanto entender a
los demás! Nos da bronca, nos enojamos y ni siquiera hacemos el intento de
entenderlo/a. Porque claro, es más fácil enojarse y despotricar que detenerse a pensar y reflexionar por un
minuto, que fue lo que paso realmente,
que lo/a llevó a decirme y/o hacer tal o cual cosa.
Y si fuésemos capaces de ponernos
en el lugar del otro, yo pienso que nos pelearíamos menos. Nos escucharíamos
más, nos perdonaríamos más fácil y rápidamente (sin rencores), nos miraríamos más
seguido a los ojos, tendríamos más confianza, no juzgaríamos sin saber, ni
catalogaríamos porque sí.
Y si… ¿La ponemos en práctica?
martes, 8 de febrero de 2011
4 Gennaio.
Hay personas que llegan a nuestra
vida de golpe y porrazo. Un día cualquiera, conoces a alguien y aunque quizás
esa, sea la única vez que lo veas te cambió en algo, te marcó por algún motivo.
Y tal vez no lo viste más, pero
siguió el contacto vía internet, facebook, mensajes de texto, etc. A medida que
pasa el tiempo y lo vas conociendo, te gusta cada vez más, porque te hace reír,
te “escucha” (en realidad te lee), vos compartís cada cosa buena o mala que te
pasa, también hablan de pavadas, y hasta de cosas importantes que solo las
hablás con él. Te aconseja, te reta, te seduce, y a vos te encanta.
Y llega un punto en que ya nada
importa, nada sirve, nada vale. Solo querés verlo. Ya no hay mail, ni chat, ni
mensaje, ni llamada que valga. Todo es
poco. Porque lo necesitas, necesitas su presencia. Querés escuchar su voz, sus
palabras susurrantes en tus oídos, mirar su sonrisa cuando te mira, sentir sus
brazos en un abrazo, acariciar sus labios en un beso, sentir su olor, su
piel... Y él está ausente. Y a vos te mata la puta distancia que hay entre
ustedes. Los miles de kilómetros que los separan.
Cada noche antes de dormir relees la última
conversación que tuviste con él. Te imaginas como sería si se volvieran a ver
algún día. Y anhelas tanto, pero tanto que eso pase. Lo deseas con el corazón.
Y vivís con la esperanza del reencuentro (que dicen que es lo último que se
pierde, y a esta altura del partido vos ya ni sabes que mierda es la esperanza
o para que sirve, pero todavía te queda algo de ella).
Sentís que nadie te entiende,
nadie sabe lo que a vos te pasa, lo que sentís. Vuelve a tu cabeza una y otra
vez la noche del 4 de enero en que lo conociste. Y ese día quedó grabado en tu
memoria y en tu corazón. Ese día te marcó. Tu cabeza está llena de preguntas,
de dudas y pocas certezas.
Y tus amigas, que lo ven de
afuera, porque nunca vivieron algo así, piensan ¿Se puede querer taaanto a una
persona que viste una sola vez y con la cual ahora no existe más contacto que
una computadora? Créanme que si, se puede. Es una de las tantas cosas que pasan
y no encontramos una explicación racional. Porque el amor no es racional.
Porque a veces los sentimientos no se explican con palabras. Simplemente se
sienten.
domingo, 6 de febrero de 2011
Lo soñe anoche...
Anoche me desperté asustada y
confundida. Tuve un sueño raro, confuso.
Soñé con mi abuelo, que ya se
murió; pero en el sueño lo sentí vivo,
tan vivo! No me pude acordar que me decía, debe haber sido algo importante, eso
hizo que me despertara tan sobresaltada.
Después me quedé un rato
despierta, pensando. Intentando descifrar el sueño… ¿Qué me habría dicho o que
me habría querido decir? No pude acordarme, y me dormí.
Hoy apenas me levanté, se me vino
otra vez el sueño a la cabeza, y pensé en mi abuelo, en cuantas cosas no le
dije cuando estaba vivo, en cuantas cosas él, tampoco dijo.
Asuntos pendientes, palabras no
dichas, historias inconclusas. ¿Por qué a veces pensamos algo y no lo decimos?
¿Por qué será, que a veces, nos cuesta hablar y otras, nos sobran las palabras?
Y cuando por fin nos decidimos a hablar, ya es tarde, se acabó el tiempo.
Tata (así le decía yo a mi
abuelo) me hubiera gustado decirte tantas cosas, hacerte varias preguntas…y no
lo hice, no me animé. Vos siempre infundías respeto (ahora 1º ves que te tuteo,
le gustaba que lo tratáramos de usted) y a veces, cuando era chica, te tenía
miedo.
Hoy ya no estás. Ya es tarde. El
cáncer avanzó y vos te fuiste.
Yo no te dije todo lo que pensaba
y todo lo que me hubiera gustado decirte. ¿Por qué? ¿Por qué no tuve el valor
de hacerlo? ¿Por qué te fuiste diciendo tan poco?
Ahora me doy cuenta del valor del
tiempo, de las personas, de las palabras. Y aprendí, a valorar todo eso.
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