Todos se fueron y de repente, la
casa quedó en silencio. Era una noche de verano tranquila, no muy calurosa, las
estrellabas brillaban en el cielo cubiertas por algunas nubes.
Ella no dejaba de pensar en él.
En cómo sería el encuentro entre ellos, si es que eso ocurría. Se sentía
nerviosa ¿Por qué ese hombre la ponía en ese estado? ¿Por qué la inquietaba
tanto? Se sentía insegura no sabía si confiar o no. Él por momentos le
demostraba todo su amor, su cariño y su galantería.
Ella se sentía atraída ¿Qué tenía
ese hombre que la volvía loca? Sus palabras dulces tal vez, su manera de
hablar, de mirar. Se dirigía a ella de un modo especial. Ella lo sentía, lo
buscaba, lo esperaba.
Las horas del día transcurrían y
ella no dejaba de pensar en él. Deseaba hablar con él, escucharlo, sentirlo,
tocarlo, mirarlo a los ojos, descubrirlo. Le encantaba leer sus historias, que
describían como sería el encuentro entre ellos. Todo era mágico, surrealista,
inexplicable.
Él la amaba con locura. Quería que
ella fuera solamente suya. Ansiaba con desesperación verla, se conformaba con
contemplarla aunque sea por un instante. Solo eso ya lo hacía sentir feliz. Ni siquiera
en sus sueños ella estaba ausente. Perdía la noción de todo lo que ocurría a su
alrededor de solo pensar en ella.
Ella anhelaba sentir como las
manos de él se fundirían en su piel, lenta y apasionadamente. Se descolocaba
ante la forma de ser de aquel hombre, tan impredecible, tan increíble.
Cuando se produjo el encuentro, los
dos se quedaron en silencio. Se estudiaron a través de la mirada por unos
minutos que parecieron eternos, se besaron y las primeras palabras fueron más difíciles
que el primer beso.
Se deseaban de una manera
irracional, casi animal. En el aire se respiraba un velo de sensualidad, goce y
pasión. Las palabras estaban de más, solo había que sentir.
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